Especialistas advierten sobre la baja cobertura de vacunación en bebés y adolescentes y recuerdan que la prevención puede salvar vidas y evitar secuelas graves
Buenos Aires-(Nomyc)-El Día Mundial de la Meningitis, que se conmemoró el 5 de este mes, una fecha que invita a reflexionar sobre el impacto de una enfermedad que, aunque poco frecuente, puede cambiar la vida de una persona y su entorno en cuestión de horas.
La Meningitis Bacteriana es una de las formas más graves: según un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada seis personas que la contrae muere y una de cada cinco sobrevive con secuelas permanentes, entre ellas sordera, convulsiones, problemas neurológicos y hasta amputaciones.
“La meningitis suele manifestarse de forma intempestiva y el mayor problema es que sus síntomas pueden confundirse con cuadros más leve y cuando la consulta médica se retrasa, el pronóstico se vuelve mucho más complejo”, explica Fernando Burgos (MN 81.759), jefe de la sección ambulatoria de pediatría del Hospital Austral.
La enfermedad tiene cuatro orígenes, ya que puede ser de origen viral, bacteriano, fúngico o parasitario, y cada tipo afecta a las personas de manera diferente. La forma viral suele ser la más frecuente y, en general, menos grave, mientras que las fúngicas y parasitarias aparecen sobre todo en personas con defensas comprometidas.
La bacteriana, en cambio, es la que representa la mayor amenaza, porque progresa rápidamente y puede dejar secuelas irreversibles o incluso causar la muerte si no se trata a tiempo, dentro de la que, el Meningococo o Neisseria meningitidis, es uno de los principales agentes y responsable de la mayoría de los brotes epidémicos.
Los síntomas habituales incluyen fiebre alta repentina, dolor de cabeza intenso, rigidez de cuello, vómitos y somnolencia1 y en los bebés, los signos pueden ser más difíciles de reconocer y se presentan como irritabilidad, llanto persistente, rechazo a la alimentación o hinchazón de la fontanela, que es la parte blanda de la cabeza, mientras que en casos graves de meningococo, la infección puede derivar en sepsis meningocócica, que se manifiesta con manchas violáceas en la piel (petequias) y un deterioro rápido del estado general1.
Los más chicos son el grupo más vulnerable, ya que según los datos del Instituto Malbrán muestran que el serogrupo B es el predominante en menores de un año y alcanzó el 95 por ciento de los casos confirmados en 2024 en este grupo etario2, a lo que se suma el hecho de que los adolescentes, aunque muchas veces cursan la infección sin síntomas, son los principales portadores y transmisores del meningococo, lo que los convierte en una población clave para el control de la enfermedad.
La patología puede ser mortal y, aún superando la enfermedad, puede dejar secuelas permanentes, como sordera, dificultades en el aprendizaje, problemas de visión y coordinación, o incluso amputaciones1. Todas ellas tienen un impacto profundo en la calidad de vida de los pacientes y en sus familias, tanto en el aspecto social como en el económico.
Prevención: más allá de su gravedad, la enfermedad plantea un desafío en términos de este tema, ya que en Argentina, las coberturas de vacunación muestran niveles por debajo de lo recomendado porque la dosis indicada a los 11 años frente al meningococo apenas alcanza una adherencia superior al 60 por ciento y en menores de 1 año, la cobertura promedio no supera el 80 por ciento, muy lejos del 95 por ciento, que recomienda la OMS para garantizar una adecuada protección comunitaria5.
“No se puede concebir que un niño muera de meningitis cuando existen vacunas para prevenirla y la vacunación temprana y el acceso a la inmunización en adolescentes, son fundamentales para reducir la transmisión y salvar vidas”, afirma Burgos.
La OMS impulsó en 2020 la hoja de ruta “Derrotar la Meningitis para 2030”, que plantea tres objetivos centrales: eliminar las epidemias de meningitis bacteriana, reducir en un 50 por ciento los casos prevenibles por vacunación y disminuir en un 70 por ciento la mortalidad, lo que exige un trabajo conjunto de los sistemas de salud, los profesionales médicos y la comunidad, fortaleciendo tanto la concientización como el acceso equitativo a las vacunas.
En estas circunstancias, resulta clave consultar al médico y vacunar a los niños y adolescentes ya que es la mejor forma de hacer frente a esta enfermedad que deja consecuencias muy graves y que puede ser mortal si no se la trata a tiempo.
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