¿Por qué es tan difícil controlar la obesidad?

Con múltiples y complicados mecanismos de control del hambre y la ingesta de comida no debe extrañarnos que los diversos intentos para controlar el peso del cuerpo no alcancen el resultado pretendido ya que aunque a veces consiga adelgazar  pronto se activan en el organismo mecanismos de compensación que tienden a restituir su estado natural

Buenos Aires-(Nomyc)-“Cómo adelgazar sin dejar de comer” sería el libro ideal para determinadas personas en lo que podría ser una ilusa pretensión, ya que hoy el mejor modo de adelgazar, aunque no el único ni el definitivo, consiste en comer menos porque la obesidad exagerada no nos gusta ni por razones estéticas ni por razones de salud y es mucho lo que sufren las personas que la padecen al pasarse parte de vida luchando contra ella aunque con frases como “pero si como muy poco”, dicen cuando no consiguen adelgazar o “apenas como, para lo que comería si pudiera hacerlo”, deberían decir mejor, ya que muchas personas valoran mal la cantidad de comida que ingieren.

Comer poco y hacer mucho ejercicio suele ser un método duro y complicado, difícil de mantener en el tiempo con regularidad aunque el adelgazamiento se consigue muchas veces con motivación, voluntad y esfuerzo, pero el problema es casi siempre el mantenimiento de la reducción de peso una vez conseguida.

En algún momento de la vida el cuerpo parece anclarse en un peso, determinado por factores genéticos y ambientales y presenta una gran tendencia a volver a él cada vez que hacemos esfuerzos para modificarlo y la investigación científica, a pesar de sus muchos esfuerzos, no consigue encontrar el modo de que las personas obesas adelgacen sin que el procedimiento para ello sea fácil y asequible y sin que tenga efectos colaterales negativos. ¿Por qué es tan difícil conseguirlo?

Una metáfora puede aportar luz al problema: supongamos que una persona sin trabajo se dispone a irse a dormir y tiene concertada una cita muy importante a las 8 de la mañana del día siguiente.

En esa cita se juega mucho, ya que de ella depende el conseguir o no un buen trabajo y antes de meterse en la cama pone en hora su despertador de la mesita de noche para que suene a la mañana siguiente dos horas antes de su cita y disponga de suficiente tiempo para acudir a ella.

Pero, para estar más seguro de que se despertará a esa hora, activa también el despertador de su teléfono móvil y como aun así, como tiene miedo de dormirse, decide llamar a un amigo y le pide que haga el favor de llamarle también por la mañana. Se asegura de ese modo de que si falla algún aviso otro funcionará y no perderá su importante cita.

Ahora cambiemos de escenario e imaginemos que esa cita es la hora de comer de esa persona y que su importancia radica en la absoluta necesidad que tienen las células y órganos de su cuerpo de conseguir los nutrientes que necesitan para funcionar.

Si llegada esa hora no le funcionase la alarma del hambre y se olvidase de comer, los nutrientes no llegarían a tiempo, las células y los órganos de su cuerpo dejarían de funcionar con normalidad y la persona podría enfermar e incluso morir. ¿Cómo garantizar que eso no pase nunca?

La evolución de los seres vivos y la selección natural han tenido millones de años para desarrollar una solución que haga posible esa garantía, solución que ha consistido en establecer, en lugar de una sola, muchas alarmas, diríamos volviendo al ejemplo anterior, pero ahora esas alarmas consisten en  mecanismos automáticos y alternativos de control y regulación de la energía que ingresamos y consumimos. Mecanismos que son los mismos que controlan el peso del cuerpo.

Están los que funcionan de manera rápida, a corto plazo, como la hormona Grelina, que se fabrica en el estómago cuando llevamos tiempo sin comer y viaja por la sangre hasta el cerebro para activarlo y hacer que sintamos hambre y algo parecido hacen las ramas terminales de un nervio, el vago, que se extienden por el interior del cuerpo para informar continuamente al cerebro de si hay comida o no en el estómago y demás partes del tracto digestivo.

Otra hormona, la Leptina, informa al cerebro permanentemente de la cantidad de grasas que acumula el organismo. La hormona Insulina, fabricada en el páncreas, controla la disponibilidad de glucosa en sangre y su ingreso en las células de los diferentes tejidos, menos en las neuronas, que no la necesitan para captar la glucosa.

Estas y otras diferentes hormonas y mecanismos neuronales convergen e interactúan en el hipotálamo, una importante región de la base del cerebro, de no más volumen que un garbanzo, desde donde se controla el hambre y la cantidad de comida que ingerimos.

A todo ello hay que añadir el poderoso control que el sentido del placer ejerce también sobre la ingesta, pues ocurre con frecuencia que, aunque ya estemos saciados y sin hambre, seguimos comiendo mientras el sabor de la comida siga resultando placentero.

Al ser múltiples y complicados los mecanismos de control del hambre y la ingesta de comida, no debe extrañarnos que los intentos científicos que se han producido para controlar el peso del cuerpo mediante tratamientos conductuales, hormonales o de otro tipo, no alcancen el resultado pretendido, pues aunque a veces consigan que se adelgace, pronto se activan en el organismo mecanismos de compensación que tienden a restituir su estado natural.

Algo equiparable a los despertadores mencionados, pues lo que está en juego es tan importante, que si falla una alarma, es decir, un mecanismo de regulación y control del hambre, funciona otro alternativo para evitar el peligro de la desnutrición.

Hay que recordar, además, que el cerebro es uno de los órganos del cuerpo más sensibles a la falta de alimento, particularmente del azúcar glucosa, pues sólo son minutos el tiempo que las neuronas y la mente pueden seguir funcionando sin ella o algún recurso alternativo.

El cuerpo, en definitiva, ofrece una poderosa resistencia al cambio sobre lo establecido por sus propios mecanismos y los investigadores esperan que esa resistencia pueda ser vencida por hallazgos como el que han presentado científicos del Instituto Salk de EE.UU., consistente en una píldora que funciona como una especie de comida imaginaria capaz de engañar al cerebro.

Probada, hasta ahora,  en ratones ha sido capaz de reducir el aumento de peso, bajar los niveles de colesterol y controlar el azúcar en sangre.

Por último, no se debe olvidar que esos mismos mecanismos han sido importantes a lo largo de la evolución de los seres vivos para garantizar la supervivencia de las especies, sobre todo, en tiempos de escasez de alimentos, pues reaccionando compensativamente a la pérdida de peso el organismo busca siempre la forma de volver a la normalidad para sobrevivir.

Hasta que algún nuevo descubrimiento no ofrezca alternativa, el mejor modo que tenemos de controlar el peso es limitar regularmente el consumo de alimentos grasos y energéticos combinando esa restricción con la práctica  también regular de ejercicio físico.

Cifras                                                                                                                                                                                                                       Sólo dos años, la cantidad de personas en el mundo que pesan más de lo que se considera saludable creció en 100 millones y Argentina no escapa a la tendencia ya que el 23,1 por ciento de los adultos y el 6,3 por ciento de los chicos son obesos, mientras que el promedio mundial, en cambio, es del 12 y el 5 por cierto, de manera  respectiva.

Esta cifra fue revelada a mediados de junio de este año en la investigación más ambiciosa realizada hasta el momento sobre el tema, del Instituto para la Medición y la Evaluación de la Salud (IHME), de Estados Unidos que incluyó, además, una alerta: “tener sobrepeso y no sólo obesidad, avanza como causa de muerte”.

En la Argentina, estos nuevos datos también están algo por encima de los números nacionales en el periodo 2012-2013, que son los últimos disponibles: el 20,8 por ciento de los adultos y el 6,1 por ciento de los chicos y los adolescentes eran obesos, mientras que un 57,9 por ciento de los mayores de 18 y el 33,9 por ciento de los menores de entre 11 y 17 años tenían sobrepeso. Ahora, alrededor de 6,5 millones de adultos y 780 mil chicos y adolescentes son obesos en el país.

En la región, la Argentina queda detrás de México y Venezuela en la prevalencia de obesidad en los adultos, pero después de México, Brasil y Venezuela cuando se trata de los más jóvenes.

Pero los datos presentados a mediados de junio de este año, en la Feria de Alimentación EAT de Estocolmo y publicados en la revista “New England Journal of Medicine”, incluyen un llamado de atención: de los cuatro millones que murieron en 2015 por enfermedades asociadas con el peso, el 40 por ceinto, es decir 1,6 millones de personas, tenían un índice de masa corporal (IMC) por debajo del umbral de obesidad, es decir, tenían sobrepeso.

“Es una crisis mundial de salud pública creciente y alarmante”, publicó el consorcio internacional de más de 2000 investigadores de 195 países en el estudio conocido como Carga Global de la Enfermedad (GDB, su sigla en inglés) a cargo del IHME, instituto independiente con sede en la Universidad de Washington.

Este relevamiento que incluía el periodo 1980-2015 y fue financiado por la Fundación Bill y Melinda Gates.

Costos                                                                                                                                                                                                                   Nada de esto es gratis para la salud personal y pública y el estudio GDB revela que el IMC elevado, es decir de sobrepeso en adelante, explica 4 millones de muertes por todas las causas o el 7,1 por ciento de la mortalidad mundial hace dos años, además del 4,9 por ciento de años de vida perdidos por discapacidad.

Pero también,  el 37 por ciento de los años con mala calidad de vida por discapacidad psicofísica y el 39 por ceinto de las muertes asociadas con el IMC elevado son en personas con sobrepeso.

Los autores indagaron la relación entre el exceso de peso, la diabetes, las cardiopatías, los trastornos musculoesqueléticos, la enfermedad renal y el cáncer de esófago, colon y recto, hígado, vesícula y vías biliares, páncreas, mama, útero, ovario, riñón, tiroides y leucemia.

“Casi el 70 por ciento de las muertes asociadas con un IMC elevado se debió a las enfermedades cardiovasculares”, afirman los autores.

Le siguió la diabetes en impacto, mientras que la insuficiencia renal crónica es la principal causa de discapacidad asociada y con los cánceres, explicaron, cada uno, menos del 10 por ciento de las muertes relacionadas con el peso.

La diabetes, los tumores y los trastornos musculoesqueléticos hicieron lo mismo, pero con la discapacidad.                                                Nomyc-11-9-17

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